A LOS HIJOS Y NIETOS DE LOS LASALLISTAS FUNDADORES, Y A LOS QUE SIGUEN FUNDANDO LA SALLE POR EL MUNDO, A LOS 100 AÑOS DE LA LLEGADA DE LOS HERMANOS A CUBA.
Resulta difícil
abordar el tema del silencio en una cultura del ruido, convertida ya en una
droga blanda. Efectivamente, se ha violentado el silencio: palabra y sonido están
hoy sometidos a la "vanidad", baratijas que transmiten
superficialidades, pero que no comunican nada. EI ruido ha sustituido al silencio
creador, contemplativo, y esta imposibilitando el rencuentro de uno mismo con su
centro interior, y con ello el acceso al misterio de la propia persona, del prójimo,
e incluso de Dios. Una persona atrapada en el vértigo del ruido y de la palabra
vana es como un teléfono siempre ocupado, con el que no se puede conectar. Pero
el ritmo humano y humanizador entre silencio y palabra no puede ser Impuesto ni
reglamentado, sino discernido y acogido: hay un tiempo para hablar, y un tiempo
para callar.
EI
ser humano actual ha sido devorado por el mito tecnológico que creó, y se ha
hecho pedazos. La única alternativa: recentrarse, reunificarse, es decir,
recuperar la dimensión contemplativa, el silencio, que entonces no será
solamente ausencia de ruidos interiores o exteriores, sino conciencia de una
presencia, la propia presencia de la persona ante si misma, la presencia de las
otras personas y criaturas y -sobre todo- la presencia de Dios. "Te
buscaba afuera, y estabas dentro de mí", reconoce San Agustín en su
celebre obra Confesiones. Por ese vuelco hacia la exterioridad es
que el hombre y la mujer de hoy tienen nostalgia del paraíso que han perdido, y
buscan con ansia lugares de quietud y de armonía. Felizmente empiezan a
comprender que lo que no nace del silencio, o lo ahoga, resulta sin sentido ni
significado. Es la palabra ociosa de la que habrá
que dar cuenta (Cf.
Mt. 12, 36). Lo mas grave de esta cultura del ruido, cuando se asume como estilo y
opción de vida, es que la persona se aleja de su identidad: deja de ser un ser
para la paz y termina siendo un ser en desorden interior y perenne turbulencia.
EI habito de la interioridad, por el contrario, rescata al hombre moderno de
esa civilización del estrepito, y lo ubica en el universo de la verdad, del
amor, de la armonía callada de las cosas.
Quisiera aclarar que el silencio del que
hablamos no es un fin en sí mismo, pero es un medio para poder transparentarse
mejor y escuchar la voz -muchas veces los gemidos- de los demás, y finalmente
escuchar al Espíritu de Dios. Educarse en el silencio es entonces disponerse a
encontrar a Dios en la propia morada Interior de uno mismo, y en los demás.
Para un lasallista, se comprenderá la importancia y vigencia
de la doctrina de San Juan Bautista De La Salle sobre el hombre
interior, es
decir, el recogimiento, la vida de oración y en la presencia de Dios,
el espíritu de fe, fundamentos interiores de su doctrina espiritual. EI recogimiento
implica prestar atención a alguien o a algo. Por eso, mientras mas nos sintamos
responsables del mundo, mas obligados estamos a perseverar en la contemplación
de Dios y su plan de salvación eterna. Esa contemplación espiritual es la única
que confiere un carácter evangelizador a la acción misionera y apostólica de
los creyentes, porque no evangelizamos por lo que decimos o hacemos, sino por lo que somos.
La presencia de Dios en nuestro interior
silencia infinidad de ruidos interiores, silencia también los falsos absolutos,
sosiega ante la experiencia del dolor y de la muerte; desvanece, en fin, el
estrepito de la vida moderna. Nos dice Romano Guardini que sólo el
silencio nos abre al sonido que suena en todas las cosas; la
naturaleza resulta muda para quien esta continuamente hablando. La
conclusión se impone: debemos educarnos y educar para el silencio, para el
misterio. EI hombre moderno tiene miedo al silencio y lo rechaza. Hace falta
promover una pedagogía de la interioridad, y abrir espacios para el silencio,
para serenarse y descansar, pero sobre todo para volver a casa como
nos indica Thomas Merlton, para volver al origen y al corazón puro que Dios nos
dio. Un hombre sin silencio será siempre un hombre sin misterio: no tendrá nada
que comunicar, salvo el ruido de sus palabras vacías de vida.
Una persona educada en el silencio interior será
necesariamente una persona amorosa: en ella cabra todo, pero nada la atrapara, Ese
silencio interior permitirá la autentica comunión con los demás. San Bernardo decía:
nunca
el silencio interior me ha aislado de los demás. EI silencio
conllevará siempre un encuentro, y todo encuentro se celebra: nos damos las
manos nos abrazamos sólo cuando en ellas no tenemos nada. Hay silencios negativos
y culpables, y silencios positivos y creadores. Hay que aprender a
discernirlos. Pero el verdadero silencio se identifica a sí mismo por sus
frutos: es purificación interior que permite encontrarnos con la verdad. También
será creativo; si me ato a lo conocido, me empobrezco; si me abro al misterio
de lo
insospechado,
me encontraré con la sorpresa
de Dios. ¡Silencio,
por favor!
* Perteneció
al Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Doctor en Educación (Universidad
de la Habana, 1953), realizo estudios de
postgrado en Lumen Vitae (Bruselas, 1903) y en el instituto católico de Paris
(1904). Ejerció la docencia en Cuba (1949-1961) y posteriormente en la
republica dominicana, que le distinguido con la orden de Duarte, Sánchez y Mella
(1987). Director de grupos corales en Cuba, México y la Republica
Dominicana. Fue asesor académico de la Universidad Católica de Santo Domingo,
ciudad donde residió hasta su fallecimiento.
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